Depósitos bancarios a plazo
Las imposiciones a plazo fijo son el depósito típico por excelencia. Su funcionamiento es muy sencillo. Se cede un capital determinado a la entidad bancaria durante un plazo específico. El plazo puede durar apenas unos días o prolongarse durante varios años.
A lo largo de dicho plazo, no se podrá disponer del dinero, salvo pagando una penalización por la cancelación anticipada. Una vez termina el plazo, y dependiendo de los casos, el depósito es renovado de forma automática o se deposita el capital en una cuenta corriente vinculada.
Finalmente, los intereses de un depósito a plazo fijo pueden ser liquidados al vencimiento del contrato o bien de forma periódica (por ejemplo, cada mes, cada trimestre, cada semestre o cada año).
A diferencia de los anteriores, los depósitos bancarios a plazo (también llamados depósitos a plazo fijo o imposiciones a plazo fijo) sí tienen una finalidad inversora. En este caso, el ahorrador entrega una cantidad de dinero a la entidad bancaria y se compromete a no retirarla durante un tiempo determinado. Transcurrido ese plazo, la entidad devuelve el capital junto con los intereses pactados.
A efectos prácticos, es como un préstamo que el ahorrador le hace al banco y, a cambio, le cobra un tipo de interés que previamente se acuerda. Este tipo de depósitos siempre tienen una fecha de vencimiento, transcurrida la cual el depositante podrá disponer de su dinero libremente.
Si necesitase el dinero antes de esa fecha, deberá abonar algún tipo de penalización o comisión por cancelación anticipada, aunque no en todos los depósitos (en algunos no existe esta penalización).
La rentabilidad de los depósitos a plazo que ofertan los bancos españoles es muy baja. Sin embargo, hoy en día es posible (y muy fácil) acceder de forma gratuita, segura y sencilla a depósitos con buenas rentabilidades europeas.